"EL ADIÓS A UN PADRE"- Carta de despedida a su maestro Abel Carlevaro - en Español




CARTA DE DESPEDIDA A SU MAESTRO ABEL CARLEVARO CON MOTIVO DE SU FALLECIMIENTO. PUBLICADO EN LA REVISTA SOUNBOARD (USA, 2002)
 
EL ADIÓS A UN PADRE





Hable con el por teléfono unos cuatro días antes de su fallecimiento. Estaba en Montevideo preparando su último viaje. Hablamos particularmente de los detalles de nuestro próximo encuentro en Londres a propósito del homenaje–concierto  que le iban a realizar el 31 de julio. A continuación me dijo algo que nunca me había dicho, que me sorprendió y por supuesto nunca olvidare. Me dijo que me consideraba un amigo y que además me quería mucho. Fue una hermosa despedida.  Fue extraño escuchar de él –una persona muy tímida- esa afirmación afectuosa hecha con palabras y dicha de ese modo. Sus afectos los manifestaba de otra manera. Recuerdo sus clases con una profunda entrega, sin guardar ningún secreto y para todos los alumnos por igual. Los “dotados” y los “no tan dotados” encontrábamos en él a un Maestro profundamente vocacional al modo del verdadero medico, o del verdadero sacerdote. Somos muchos los profesores de guitarra que andamos por el mundo. Pero Maestros son pocos y el era uno de ellos. También manifestaba su afecto dándome consejos cuando la vida me golpeaba duro. Siempre encontraba el lado positivo de las cosas. Recuerdo particularmente que en el año ´79 a propósito de mi divorcio y cuando todo parecía derrumbarse; el me dijo cosas que me ayudaron muchísimo a recuperar la esperanza en la vida. 

Lo conocí en el `77 a propósito de mi intención de buscar nuevos caminos que me ayudasen a superar una crisis con la guitarra que llevaba ya bastante tiempo y que seguramente iba a concluir en un abandono de mi carrera guitarrística. Los dolores corporales y las tensiones eran de tal magnitud que había dejado de ser un placer el tocar la guitarra. Y si dejaba de estudiar por dos o tres días, luego necesitaba  por lo menos diez para recuperarme. Era como un matrimonio con altas dosis de esclavitud. Conocí los libros de técnica de Carlevaro por medio de un alumno que me los presento. En ellos descubrí una nueva manera de entender el fenómeno de la guitarra. Decía cosas  muy importantes y originales que estaban en consonancia con mi manera de pensar debido -entre otras causas -a la formación científica que tuve en la universidad. Y fundamentalmente descubrí una metodología y una sistematización. También daba por tierra con muchos conceptos que se fueron acumulando y pasando a otras generaciones y que la mayoría repetía sin mucho análisis. Dada la situación desesperante en que me encontraba con la guitarra, llegue a la conclusión que necesitaba urgente un cambio radical como si tuviera que comenzar otra vez y además estaba dispuesto a hacerlo. Deje todos mis compromisos de conciertos y comencé a buscar la manera de conectarme con Carlevaro. Y lo hice a principios del  `77 pasando a integrar un grupo de estudiantes de guitarra que hacía unos años estudiaban con él. Recuerdo el nombre de algunos y pido perdón por los que seguramente omitiré: Roberto Barragán, Lucila Saab, Vicente Russo, Máximo Pujol, Miguel Angel Girollet, Dina Galvan, Maria Isabel Siewers, Eduardo Castañera, Ernesto Bouvier, Alfredo Gascon, Patricia Labadie,  Raul Pantano, Graciela Laszezak y Osvaldo Sánchez entre otros. Luego con algunas personas de este grupo fundamos lo que fue la Sociedad de Integración Guitarrística Argentina (SIGA). Con ella intentamos –entre otras cosas- abrir canales de expresión y de esta manera contrarrestar un poco los efectos devastadores que a todo nivel produjo la férrea e inhumana dictadura militar que asolo Argentina por aquellas épocas.          

Carlevaro iba a Buenos Aires con bastante frecuencia y aprovechábamos sus viajes para tomar clases. Fueron años de una fecundidad increíble. No solamente demostraba toda su capacidad y sapiencia sino también su generosidad. Muchas veces -en los periodos de crisis económica aguda en Argentina -venia a darnos clases aun perdiendo dinero. El no decía nada pero nosotros sabíamos que el dinero que juntábamos no le alcanzaba para sus gastos. Todo en el era enseñanza. 

Hay un dicho popular que dice así: “el momento más oscuro del día es cuando va a amanecer”. Y así lo viví yo. Cuando aparentemente tenía todo perdido, encontré en Carlevaro el camino que abrió en mi un renacimiento. No solamente supere mis problemas técnicos sino que también aprendí a cambiar mi manera de “pensar” la música. Carlevaro era muy libre en su pensamiento. No se ataba a ningún concepto. Ni siquiera se ataba a sus propias conclusiones. No las generalizaba. Las relativizaba según  el alumno que tuviera enfrente. Buscaba las soluciones respetando las posibilidades de cada uno. Carlevaro construyo un camino abierto. Nos enseño a cuestionar. A no conformarnos. Y por sobre todo jamás hizo distinción entre la llamada “música popular” y la llamada “música culta”. El no entraba en esas categorías. El podía haber pertenecido al grupo de los anarquistas románticos de fines del siglo XIX. 

También poseía la virtud de la humildad en un mundo donde abundan los “Napoleones” y escasean los “Quijotes”.

Y como no recordar a Carlevaro y su sentido del humor. Siempre una broma o una anécdota  para adornar una clase o una guitarreada o para aflojar una situación tensa con un alumno. Siempre recuerdo la anécdota que contaba cuando en una fiesta en Montevideo -creo que fue en la casa de su hermano Agustín -lo invitaron a Atahualpa Yupanqui a un asado. Estaban guitarreando en un patio interno y de repente entró un perro desconocido por el vecindario y se sentó junto a Atahualpa mirándolo fijamente durante un largo tiempo. Atahualpa se sintió extraño y dijo que seguramente ese perro era algún amigo suyo que se había encarnado en ese animal y le estaba haciendo una visita. Luego el animal se fue y nunca más lo vieron por el vecindario... 

En nuestra última charla telefónica  yo también le pude decir, superando mis timideces, que lo consideraba como un padre y que también lo quería mucho. Fue una hermosa y sincera despedida.

Hace unos días se poso en la ventana de mi estudio un pájaro permaneciendo allí unos minutos. Habrá sido Don Abel que vino a visitarme? 


Jose Luis Merlin

El Escorial, 17 de diciembre de 2001


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